La hiperactividad: convive con ella y contrólala

El síndrome de déficit atencional e hiperactividad es una condición de mucha prevalencia entre niños y adultos, el cual puede afectar seriamente el desempeño escolar y laboral. Es un problema que se caracteriza por un patrón de dificultad para prestar atención y, en algunos casos para permanecer quietos y en control de conducta.

Ante esta situación, es fundamental señalar que es un problema psiquiátrico- psicológico frecuente en los niños y las niñas en edad escolar, pero algunos adultos lo presentan. El 50% de escolares con este trastorno, persisten con él hasta la vida adulta. Por ello, se considera necesario reconocer las características, pues cuando un adulto tiende a dispersarse, es posible que presente este diagnóstico y precise un tratamiento adecuado. Para que un especialista diagnostique este problema en un adulto, es imprescindible que la dificultad se haya presentado desde su niñez.

Debemos estar conscientes de que la atención y la concentración son funciones mentales vulnerables, por ende cualquier preocupación intensa produce distracción. En el ámbito laboral disminuye el rendimiento de quienes lo padecen, inclusive tienen propensión a accidentarse.

Una característica muy particular es la distracción, esta se genera cuando las personas tienen dificultades para concentrarse y cualquier estímulo les entretiene con facilidad. Estos estímulos pueden ser externos (ruidos, sonidos del viento u otros) o externos (pensamientos, fantasías, preocupaciones, entre otros). Cuando las personas trabajan, sus problemas de atención provocan desaciertos en la ejecución de sus tareas y se convierte en una seria dificultad para planear y organizar sus actividades.

Les resulta difícil aprovechar de manera eficaz el tiempo, tienden a ser impuntuales, no logran cumplir con los plazos designados, asimismo cambian de trabajos repetidamente y tienen problemas económicos.

Otras veces, se produce el olvido. Por ejemplo, pueden olvidar asistir a una reunión importante del trabajo, dejar a alguien plantado, perder objetos personales, etc. Cuando estos sucesos suelen acontecer frecuentemente en la vida cotidiana, ocasiona conflictos en las relaciones interpersonales y laborales.

Otra característica es la impulsividad, la cual se presenta en los adultos y se traduce en conductas como actitudes bruscas, desbordes emocionales, intolerancia ante situaciones que exigen paciencia, reacciones desproporcionadas ante una contrariedad mínima, realización de maniobras repentinas e inesperadas cuando conducen.

Por otra parte, presentan dificultad para escuchar, pueden hablar sin cesar e interrumpir conversaciones ajenas. También se ponen en situaciones de peligro, son buscadores de aventuras y no disfrutan actividades comunes. Suelen causar rechazo por parte de las demás personas.

De igual manera, no se quedan quietos, sobretodo se presenta en la niñez. Puede o no presentarse en los adultos, quienes manifiestan una intranquilidad interior como si estuvieran acelerados, les cuesta relajarse y las actividades cotidianas les parecen aburridas. Generalmente, son impacientes, les agrada el bullicio y el movimiento para sentirse a gusto.

Existen otras manifestaciones muy típicas en los adultos, las cuales están estrechamente vinculadas con lo mencionado.

Delicadeza afectiva: Se manifiestan repentinos cambios de ánimo. Pueden pasar de un estado melancólico a la alegría, incluso de un momento a otro. Algunos tienen un temperamento explosivo y pueden permanecer irritados.

Intransigencia al estrés: Se les dificultad controlarse, ya que aumenta la impulsividad y disminuye la capacidad de concentración y se vuelven vulnerables. El estrés los desorganiza, se irritan, se abruman, son menos competentes, menos capaces de concluir tareas y, como consecuencia, se tornan frustrados y desmoralizados.

Conflicto para reconocer normas sociales: Se les complica aprender de las experiencias emocionales, aunque se les advierta una y otra vez que su comportamiento inadecuado provoca contrariedades en los demás, no cambian su actitud. Por tal razón, es difícil que se mantengan en ámbitos donde se hace necesario respetar normas de conducta, como la escuela y el trabajo.

Algunos adultos con hiperactividad presentan una alta tasa de divorcios, duran menos en sus trabajos y tienden a sufrir accidentes automovilísticos. Quienes no han recibido tratamiento adecuado, sufren consecuencias significativas en sus vidas, lo cual les genera sentimientos de frustración y desvalorización de si mismos.

Sin embargo, es importante manifestar que se puede convivir con la hiperactividad bajo la atención de un especialista, con un tratamiento adecuado y terapias de control.

Un dato interesante, en el ámbito laboral un adulto hiperactivo controlado puede ocupar cargos de responsabilidad, es decir que tiene liderazgo. Así como se valora a un líder que medita sobre sus decisiones, tambien a quien es capaz de tomar decisiones rápidas en momentos de crisis; este último es un líder hiperactivo.

El tratamiento psicológico es totalmente individualizado, además debe cumplir con algunos objetivos, tales como: adaptar el entorno de la persona afectada para que se ajuste a sus posibilidades y minimizar los obstáculos que se le presenten. Por otro lado, es fundamental adoptar hábitos de conducta y desarrollarlos a través de estrategias que les permitan realizar tareas cotidianas, proyectos y planes de manera exitosa. Asimismo, disminuir los niveles de ansiedad y estrés.

Por consiguiente, debemos reflexionar sobre la forma de convivir con este trastorno crónico, ya que no tiene cura, pues acompaña al afectado desde la niñez hasta los últimos días de su vida. Sin embargo, la diferencia entre unos casos de otros es el tiempo que invierte la persona para el trabajo terapéutico que le ayude a conocerse, a determinar sus limitaciones y adaptarse en la vida por medio de un esfuerzo constante.

En estas circunstancias, beneficia el entrenamiento de habilidades sociales y el desempeño de tareas cognitivas como la atención focalizada, el trabajo sobre la memoria, la selección de estímulos, el mantenimiento de metas y motivación, entre otros.

Para finalizar, es recomendable la visita a un profesional médico (psicólogo, psiquiatra o neuropsicólogo) para que haya un diagnóstico adecuado, por ende un tratamiento que garantice la estabilidad del afectado para que pueda desarrollarse exitosamente en su vida personal, familiar y laboral. Asimismo, es necesario documentarse para apoyar a quienes sufren este trastorno y reconocer que, en definitiva, pueden llevar una vida normal con las debidas prescripciones médicas y la disposición para organizarse en las diversas actividades que día a día deben enfrentar.